James Joyce -The holy office- |
Sunday, July 03, 2005 |
The holy office James Joyce (1882-1941)
Myself unto myself will give This name, Katharsis-Purgative. I, who dishelvelled ways forsook To hold the poet's grammar-book, Bringing to tavern and to brothel The mind of witty Aristotle, Lest bards in the attempt should err Must here be my interpreter: Wherefore receive now from my lip Peripatetic scholarship. To enter heaven, travel hell, Be piteous or terrible, One positively needs the ease Of plenary indulgences. For every true-born mysticist A Dante is, unprejudiced, Who safe at ingle-nook, by proxy, Hazards extremes of heterodoxy, Like him who finds a joy at table, Pondering the uncomfortable. Ruing one's life by commonsense How can one fail to be intense? But I must not accounted be One of that mumming company- With him who hies him to appease His giddy dame's frivolities While they console him when he whinges With gold-embroidered Celtic fringes- Or him who sober all the day Mixes a naggin in his play- Or him whose conduct «seems to own» His preference for a man of «tone»- Or him who plays the ragged patch To millionaires in Hazelhatch But weeping after holy fast Confesses all his pagan past- Or him who will his hat unfix Neither to malt nor crucifix But show to all that poor-dressed be His high Castilian courtesy-
El santo oficio
Por mí mismo, a mí mismo me bautizo con el nombre de Catarsis-Purgativo. Yo, quien desgreñado abandoné camino por defender la gramática de los poetas, llevando a tabernas y burdeles la mente del ingenioso Aristóteles. Aquí mi intérprete debe estar por si acaso los bardos lo intentan y se equivoca, por lo que, ahora de mis labios reciben ciencia peripatética. para entrar en el cielo, viajar al infierno, ser piadoso o terrible, uno, positivamente, necesita el alivio de las indulgencias plenarias. Porque cada auténtico místico de nacimiento es un Dante, sin prejuicio, quien, a salvo en el rincón de la chimenea, por poderes se arriesga a extremos de heterodoxia, como quien halla una alegría en la mesa, alabando las estrecheces. Si uno rige su vida por el sentido común, ¿cómo puede dejar de ser profundo? Pero no debéis considerarme como a uno de aquella compañía de mojiganagas. Con aquel, quien se apresura a calmar las frivolidades de sus damas veleidosas, mientras ellas le consuelan cuando él hace pucheras con orlas celtas bordadas en oro, o aquel que sorbe todo el día imprudencias mezclan su comedia, o quien cuya conducta parece tener preferencia por un hombre de «tono», o el que hace de remiendo harapiento para los millonarios de Hazelhatch, más llorando después de la santa cuaresma, confiesa todo su infiel pasado, o quien tiene voluble sombrero, no para la malta, ni para el crucifijo, sino para mostrar a todos cuán pobremente vestida va su alta cortesía castellana, o quien a su dueño ama con delirio, o quien con temor bebe su vaso de cerveza, o aquel que una vez, cuando estuvo cómodamente acostado, vio a Jesucristo sin cabeza, y con esfuerzo intento salvar para nosotros las obras de Esquilo, perdidas hace tiempo. Más todos estos hombres de quien hablo me hacen ser la cloaca de su pandilla. Mientras ellos sueñan sus soñados sueños, yo les saco las corrientes apestosas, porque si estas cosas hago por ellos fue porque mi diadema perdí, Esas cosas por las que severamente la Abuela Iglesia me dejo plantado. Así les alivio los tímidos anos, y mi oficio hago de Catarsis. Mi escarlata blancos como la lana los deja. A través de mí evacúan la panza llena. Para hermanar máscaras, a una y a todas, como vicario general actúo, y para cada doncella, nerviosa y tímida, similar servicio realizo. Que sin sorpresa reconozco la belleza sombreada de sus ojos, el «no osad» de la dulce virginidad contestando a mi corrupto «quisiera». Nunca ella parece que piensa en ello, cuando en público nos vemos, mas por la noche, cuando encerrada en el lecho, descansa y siente la mano entre los muslos, mi pequeño amor, de luz vestido, reconoce la suave llama que s el deseo. Pero las patrias de Mammón bajo la prohibición tiene las costumbres de Leviatán, y ese alto espíritu batalla siempre con los innumerables secuaces de Mammón. Que nunca puedan ellos verse libres de este tributo de desprecio. Así vuelvo la vista, distante da las vacilaciones de ese heterogéneo séquito, esas almas que odian la fortaleza que la mía tiene, acerada en la escuela del viejo Aquino. Donde ellos se agacharon, se arrastraron y oraron yo permanezco, destinado por mí mismo, sin miedo, sin hermanarme, sin amigos y solo, indiferente como espina de arenque, firme como cordillera de montañas, donde mis astas centellean al aire. Dejad que sigan como hasta ahora, necesarios son para mantener el equilibrio. Aunque se esfuercen hasta la tumba mi espíritu nunca será de ellos. Ni mi alma con las suyas una será de ellos. Ni mi alma con las suyas una sea hasta que el Mahamanvantara se cumpla: que aunque a puntapiés de su puerta me echen, mi alma les despreciará para siempre jamás.
Versión de José María Martín TrianaLabels: James Joyce |
posted by Alfil @ 7:35 AM |
|
|