Edward Hirsch -Edward Hopper and the house by the railroad- |
Saturday, September 10, 2005 |
Edward Hopper and the house by the railroad Edward Hirsch (EEUU, 1950 - )
Out here in the exact middle of the day, This strange, gawky house has the expression Of someone being stared at, someone holding His breath underwater, hushed and expectant;
This house is ashamed of itself, ashamed Of its fantastic mansard rooftop And its pseudo-Gothic porch, ashamed of its shoulders and large, awkward hands.
But the man behind the easel is relentless. He is as brutal as sunlight, and believes The house must have done something horrible To the people who once lived here
Because now it is so desperately empty, It must have done something to the sky Because the sky, too, is utterly vacant And devoid of meaning. There are no
Trees or shrubs anywhere — the house Must have done something against the earth. All that is present is a single pair of tracks Straightening into the distance. No trains pass.
Now the stranger returns to this place daily Until the house begins to suspect That the man, too, is desolate, desolate And even ashamed. Soon the house starts
To stare frankly at the man. And somehow The empty white canvas slowly takes on The expression of someone who is unnerved, Someone holding his breath underwater.
And then one day the man simply disappears. He is a last afternoon shadow moving Across the tracks, making its way Through the vast, darkening fields.
This man will paint other abandoned mansions, And faded cafeteria windows, and poorly lettered Storefronts on the edges of small towns. Always they will have this same expression,
The utterly naked look of someone Being stared at, someone American and gawky. Someone who is about to be left alone Again, and can no longer stand it.
Edward Hopper y la casa junto a la vía de tren
Aquí fuera en el centro exacto del día, esta casa desgalichada y rara tiene la expresión del que sufre una mirada fija, del que contiene el aliento bajo el agua, mudo y expectante;
esta casa se avergüenza de sí misma, de sus mansardas fantasiosas y su porche pseudogótico, se avergüenza de sus hombros y sus manazas torpes.
Pero el hombre del caballete es implacable. Es tan brutal como el sol, y cree que la casa tuvo que hacer algo espantoso a los que en otro tiempo la habitaron
para estar ahora tan atrozmente vacía, tuvo que hacerle algo al cielo para que también el cielo esté desierto y no diga nada. Por ningún lado
crecen árboles ni arbustos: la casa tuvo que hacerle algo a la tierra. Lo único presente es una sóla vía que va recta a lo lejos. No pasa el tren.
Ahora el forastero viene por aquí a diario, y la casa sospecha que también él está desolado; desolado y avergonzado, incluso. La casa empieza
a mirarle de frente. Y sin saber cómo, la tela en blanco va tomando despacio la expresión de alguien acobardado, que contiene el aliento bajo el agua.
Hasta que un día el hombre se va. Es una última sombra de la tarde que atraviesa la vía y se encamina por el inmenso campo anochecido.
Pintará otras mansiones abandonadas, y cristaleras de cafetería borrosas, y escaparatesmal rotulados al borde de los pueblos. Tendrán siempre la misma expresión,
la desnudez total de alguien que sufre una mirada fija, alguien americano y desgalichado. Alguien que va a quedarse solo una vez más, y ya no lo soporta.
Versión de Maria Luisa BalseiroLabels: Edward Hirsch |
posted by Alfil @ 4:24 PM |
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