Robert Lowell -Terminal days at Beverly farms- |
Monday, May 02, 2005 |
Terminal days at Beverly farms Robert Lowell (EEUU, 1917-1977)
At Beverly Farms, a portly, uncomfortable boulder bulked in the garden's center an irregular Japanese touch. After his Bourbon "old fashioned," Father, bronzed, breezy, a shade too ruddy, swayed as if on deck duty under his six pointed star-lantern- last July's birthday present. He smiled his oval Lowell smile, he wore his cream gaberdine dinner-jacket, and indigo cummerbund, His head was efficient and hairless, his newly dieted figure was vitally trim.
Father and mother moved to Beverly Farms to be a two-minute walk from the station, half an hour by train from the Boston doctors. They had no sea-view, but sky-blue tracks of the commuters' railroad shone like a double-barreled shotgun through the scarlet late August sumac, multiplying like cancer at their garden's border.
Father had had two coronaries. He still treasured underhand economies, but his best friend was his little black Chevy, garaged like a superficial steer wtih gilded hooves, yet sensationally sober, and with less side than an old dancing pump. The local dealer, a "buccanneer," had been bribed a "king's ransom" to quickly deliver a car without chrome.
Each morning at eight-thirty, inattentive and beaming, loaded with his "calc" and "trig" books, his clipper ship statistics, and his ivory slide rule, father stole off with the Chevie to loaf in the Maritime Museum at Salem. He called the curator "the commander of the Swiss Navy."
Father's death was abrupt and unprotesting. His vision was still twenty-twenty. After a morning of anxious, repetitive smiling, his last words to Mother were: "I feel awful."
Días finales en Beverly Farms
En Beverly Farms, una majestuosa, incómoda piedra se destacaba en el centro del jardín: un irregular toque japonés. Después de su cóctel de Bourbon, mi padre, bronceado, animado, rubicundo, se tambaleaba como si estuviera de guardia en cubierta debajo de su farol estrellado de seis puntas, regalo de cumpleaños de julio pasado. Sonreía con su oval sonrisa Lowell, vestía su smoking de gabardina crema, y faja azul. Su cabeza era eficiente y pelada, su figura, otra vez a dieta, estaba en buenas condiciones vitales.
Mi padre y mi madre se trasladaron a Beverly Farms para estar a dos minutos de camino de la estación y a media hora de tren de los doctores de Boston. No tenían vista al mar, pero los rieles azul celeste del ferrocarril brillaban como una escopeta de dos caños a través del aliento escarlata de fines de agosto, multiplicándose como cáncer en los bordes del jardín.
Mi padre había tenido dos ataques a las coronarias. Todavía atesoraba economías secretas, pero su mejor amigo era su pequeño Chevie negro, guardado en el garaje como un novillo sacrificial con cascos dorados, y sin embargo sensacionalmente sobrio, y con menos flecos que una zapatilla de baile. El vendedor local, un "bucanero". había sido sobornado mediante una buena suma para entregar inmediatamente un auto sin cromar.
Cada mañana a las ocho y media, distraído y alegre, cargado con sus libros de cálculos y trigonometría, sus recortes con estadísticas de buques, y su regla de calcular de marfil, mi padre se escabullía con su Chevie a holgazanear en el Museo Marítimo de Salem. Llamaba al encargado "el comandante de la Marina Suiza".
La muerte de mi padre fue repentina y sin protestas. Su visión todavía era veinte-veinte. Luego de una mañana de ansioso, repetido sonreír, sus últimas palabras a mi madre fueron: "Me siento muy mal".
Versión de Alberto GirriLabels: Robert Lowell |
posted by Alfil @ 4:47 PM |
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