Philip Larkin -An Arundel tomb- |
Wednesday, May 25, 2005 |
An Arundel tomb Philip Larkin (1922-1985)
Side by side, their faces blurred, The earl and countess lie in stone, Their proper habits vaguely shown As jointed armour, stiffened pleat, And that faint hint of the absurd — The little dogs under their feet.
Such plainness of the pre-baroque Hardly involves the eye, until It meets his left-hand gauntlet, still Clasped empty in the other hand, and One sees, with a sharp tender shock, His hand withdrawn, holding her hand.
They would not think to lie so long. Such faithfulness in effigy Was just a detail friends would see: A sculptor’s sweet commissioned grace Thrown off in helping to prolong The Latin names around the base.
They would not guess how early in Their supine stationary voyage The air would change to soundless damage, Turn the old tenantry away; How soon succeeding eyes begin To look, not read. Rigidly they
Persisted, linked, through lengths and breadths Of time. Snow fell, undated. Light Each summer thronged the glass. A bright Litter of birdcalls strewed the same Bone-riddled ground. And up the paths The endless altered people came,
Washing at their identity. Now, helpless in the hollow of An unarmorial age, a trough Of smoke in slow suspended skeins Above their scrap of history, Only an attitude remains:
Time has transfigured them into Untruth. The stone fidelity They hardly meant has come to be Their final blazon, and to prove Our almost-instinct almost true: What will survive of us is love.
Un sepulcro en Arundel
Lado a lado, los rostros borroneados, yacen en piedra el conde y la condesa. En propios hábitos muestran vagamente armadura ensamblada, arruga tiesa, e indicio del absurdo evanescente, los dos perritos a sus pies echados.
Semejante llaneza prebarroca difícilmente el ojo compromete hasta que al fin descubre un guantele tevacío en la otra mano asido y con súbito asombro tierno enfoca la mano que la de ella ha retenido.
No pensarían yacer tiempo tan largo. La efigie de lealtad como testigo era un detalle para los amigos, y para el escultor un dulce encargo llamado a prolongarles el enlace de los nombres latinos en la base.
No se imaginarían cuán ligero en su supino estacionario viaje el aire haría un insondable ultraje quitándoles las viejas propiedades; cuán rápido los ojos venideros sólo miran, no leen. En las edades
ellos siguieron rígidos y unidos por la anchura del tiempo. Cayó nieve intemporal. La luz, cada verano rebasó del cristal. Brillante y leve, un bullicio de pájaros rociaba el pavimento de huesos retenidos. Incontable, alterado, un río humano por todos los senderos se allegaba
desdibujando sus identidades. Ahora, inermes en el hueco de una época sin heráldica ninguna, una artesa de humo que se mece como madejas, lentamente, invade por encima los fragmentos de su historia, y para su memoria una actitud tan sólo permanece:
El tiempo los ha transfigurado en no verdad. Y la lealtad que inscribe la piedra, y que acaso no han deseado, blasón final se ha vuelto; y un aserto que nuestro casi instinto es casi cierto: es el amor lo que nos sobrevive.
Versión de Miguel Angel MontezantiLabels: Philip Larkin |
posted by Alfil @ 4:53 PM |
|
|